Raquel Monroy entrevista a Carmen León Lopa, un placer poder descubrir más sobre la dislexia de la mano de Carmen.
1. ¿Cuál crees que es el mejor abordaje para intervenir en una dislexia? ¿Qué tres puntos dirías que son claves para una evolución favorable?
a. Intervención cognitiva a una edad temprana. Entre los 2 y los 6 años pueden aparecer una serie de indicadores que nos hagan sospechar de una cierta predisposición a la dislexia. Por ejemplo, retraso en el habla, dificultad para identificar letras y sonidos asociados a letras, confusión de palabras de pronunciación similar o ciertas alteraciones en el lenguaje expresivo. La intervención especializada en estas áreas, así como su supervisión y exploración en los años posteriores que nos faciliten llevar a cabo un correcto diagnóstico diferencial, pueden ayudar a una evolución favorable en el caso de que finalmente nos encontremos ante un trastorno específico del aprendizaje con dificultades en la lectura o dislexia.
b. Intervención multidisciplinar. La actuación desde el momento de la detección de profesionales de la educación (profesorado, orientadores/as, especialistas en pedagogía terapéutica y audición y lenguaje), de la medicina, de la psicología y de la logopedia facilitará un abordaje más específico e integral.
c. Atención a la salud emocional. Es importante tener en cuenta todos los aspectos que conforman a la persona, no solamente las capacidades intelectuales. Hay muchísimos estudios que establecen la correlación entre la salud emocional y la actividad y eficacia cognitiva. Por ejemplo, si una persona está triste, apática o frustrada, es bastante probable que presente dificultades para atender y concentrarse, lo cual obstaculizará la ejecución y la práctica continuada de tareas de lecto-escritura. La desmotivación y la pobreza de expectativas también pueden disminuir la implicación, ralentizando e incluso bloqueando la intervención cognitiva que puede llegar a volverse ineficaz, ya que para obtener unos resultados positivos la persona ha de involucrarse activamente en los diferentes tratamientos.   
 
2. ¿Qué recomendarías a una familia a cuyo hijo/a le han detectado dislexia? 
De primeras, calma. Tener dislexia no es algo que amenace la supervivencia de la persona ni es un síndrome raro y poco frecuente que ponga en peligro su integridad física. Podríamos decir que la dislexia es un conjunto de dificultades en la lecto-escritura y en algunas capacidades relacionadas – mientras que otras áreas no presentan ningún tipo de alteración – para el que afortunadamente hoy en día contamos con numerosísimos estudios, profesionales con mucha dedicación y cualificación y una gran cantidad de materiales de intervención. No hay nada horrible en la persona, ni nada vergonzoso que haya que negar u ocultar. Es importante tranquilizarnos, no caer en el drama y darle la importancia que tiene. Ni menos, ni más. A partir de ahí, recomendaría una pronta intervención con un equipo de profesionales que, además de trabajar directamente con la persona desde sus diferentes especialidades, puedan asesorar a la familia con pautas o líneas de trabajo que llevar a cabo en el hogar. Este acompañamiento familiar, tutorizado por las personas especialistas de las diversas áreas, ayudará a llevar a cabo una intervención más completa y global, así como más continua en el tiempo. 
3. ¿De qué ejercicios partirías de inicio en la intervención?
Con tareas que nos faciliten la actuación sobre la conciencia fonológica: ejercicios de conciencia silábica (identificación de la sílaba que se repite, segmentación silábica, omisión silábica, etc.), conciencia fonémica (sustitución fonémica, ordenación de grafemas, completar con grafemas, etc.) y conciencia léxica (discriminación visual de palabras, ordenación de palabras dentro de una frase, etc.) Tareas que permitan la estimulación del lenguaje espontáneo, la comprensión y expresión escrita, las habilidades matemáticas y el desarrollo motor también son fundamentales para una evolución más favorable. También me parece de especial interés completar la intervención con actividades que permitan desarrollar y estimular la atención y la memoria. Por ejemplo, cuanta mayor sea la capacidad de atención de una persona sobre una tarea de lecto-escritura, mayor va a ser el aprovechamiento y mejor va a ser su desempeño. 
4. ¿Cómo abordaríamos la parte emocional, la impotencia y la frustración que puede generar esta dificultad?
En muchos casos… abordando en primer lugar la frustración y la impotencia de las personas adultas. A veces nos encontramos con que las propias figuras cuidadoras niegan la existencia de las dificultades o bloquean los diferentes tratamientos más que colaborar. Sus expectativas, sus exigencias, sus juicios o su propia falta de autoestima y de gestión emocional, influyen negativamente sobre la percepción de la persona con dislexia y generan un clima familiar que dificulta los estados emocionales positivos, tan necesarios para una evolución favorable.   
Al hilo de esto, creo importante darnos cuenta de que los diagnósticos facilitan la comunicación entre profesionales y que nos sugieren posibles líneas de intervención, pero en su faceta más restrictiva, pueden llevarnos a perder de vista a la persona y a su individualidad. Es decir, ocurre en muchas ocasiones que se deja de ver a la persona para convertirla en su etiqueta. O se la encaja en un gran compartimiento que lleva por rótulo el nombre del supuesto trastorno y que favorece que se pierdan de vista tanto las necesidades peculiares de cada persona como sus características individuales. Esto puede provocar varias cosas:
Por un lado, este dictamen profesional puede convertirse en un pretexto perfecto bajo el cual puede esconderse la pereza, la irresponsabilidad, la falta de motivación o compromiso, el temor al rechazo, etc. “No puedo hacer eso porque soy disléxica”: Ante la timidez o el miedo al ridículo, pongo la excusa, ni siquiera lo intento y nadie me va a forzar porque tengo un diagnóstico que justifica mi comportamiento.
Por otro lado, el identificarse con el diagnóstico puede llevar a la persona a sentirse víctima – y de esta forma conseguir atención y ganancias secundarias – o diferente y menos que el resto. 
De cualquier forma, todo esto puede traer consigo estados emocionales como frustración, enfado, tristeza, culpa, vergüenza, pasividad, bloqueo, indefensión o desesperanza. Es fácil imaginar que si ponemos todo el foco en los déficits, es probable que se impida el desarrollo de una buena autoestima y una saludable percepción de auto-eficacia. Para evitar este tipo de estados emocionales (siempre en la medida de lo posible) es importante que las familias y el equipo de profesionales transmitan seguridad, tranquilidad y normalidad a la persona. Mostrarle que él/ella no es sus déficit, que es mucho más y hacerle la invitación a tomar contacto también con todo aquello en lo que no se presentan dificultades. Reforzar el esfuerzo, la participación y el compromiso también es muy beneficioso para lograr estados emocionales positivos.
Tampoco podemos perder de vista la edad que presentan muchos de los casos detectados. A menudo estamos tratando con niños, niñas y adolescentes. Necesitan poder compartir algo más que las notas y los exámenes, porque otros muchos aspectos de su vida también son cruciales para su desarrollo evolutivo. Que la dislexia se convierta en el eje central de sus días, está provocando que sus dificultades, aquello que les resulta difícil, en lo que no se sienten personas válidas, sobre lo que sienten juicios y exigencias, etc., sea el núcleo de sus vidas. La intervención sobre las capacidades cognitivas es necesaria (por cierto, si es entretenida y atractiva, mejor), por supuesto que sí, pero también lo son los tiempos de descanso, de juego, de diversión y de estar con las amistades y con la familia. 
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